martes

Umbral


Umbral: una obra ilegible?[1]

Introducción por Pablo Wajner G.[2]

Cuando un texto se convierte en sagrado para cierta cultura, se vuelve objeto de un proceso de lectura sospechoso, quedando subsumido en un exceso de interpretación. Más aún cuando una obra, como es el caso de “Umbral”, compromete con su aparición, una tremenda dosis de desafío e impostura al realismo dominante de su contemporaneidad. "Umbral”: enunciado fragmentario y alegórico. Humor negro, ocultismo, irracionalismo. “Emar”: surrealista, proustiano o kafkiano. En el sentido interpretativo, la obra de Kafka, por ejemplo, ha sido raptada por al menos tres manos interpretativas. La lectura de Kafka como alegoría social encontrando muestras de las frustraciones producidas por la burocracia moderna y su encarnación definitiva en el estado totalitario. Quienes lo leen como alegoría psicoanalítica, hallan revelaciones referidas al temor del padre, a angustias de castración, de impotencia, de delirio onírico coqueteando con psicosis, de desesperación kierkegaardiana. Y quienes lo leen como alegoría religiosa, explican que K intenta, en EL Castillo, acceder al cielo talmúdico; que Joseph K, en El Proceso, es juzgado por la imperativa e inclemente justicia de Dios. La escritura de Kafka es un ubicuo comentario sobre si misma, pregunta en la pregunta. Kafka es un lugar de cruces, de quiasmas infinitos y diversos.

La indisposición de “Umbral” ocupa un lugar si no análogo al menos yuxtapuesto a la obra de Kafka en cruce perpetuo. Rompe, llegando abruptamente con pies de paloma[3], con las narrativas hispanohablantes de ese entonces, en concordancia subversiva con su antecesor poético “Trilce” (1922) de Vallejo, y con la ulterior rebelión Girondiana de “En la masmédula” (1954) que, al igual que “Umbral”, hoy, son textos que sometidos a constantes relecturas nos continúan asombrando.

Quisiera citar a Gilles Deleuze cuando expresa “la salud como literatura, como escritura, consiste en inventar un pueblo que falta”. En “Umbral” aparecen las desconocidas geografías emarianas. Aparece una suerte de Constelada Galaxia Emar, a saber, Álvaro Yánez como Emar, Onofre Borneo, Rosendo Paine, Viterbo Papudo, el individuo Longotoma. Desespectrados espectros. Heterónimoscilaciones, despersonalizaciones dignas de Pessoa, inscritas en más de 4000 páginas impresas en 5 pilares: El globo de cristal, El canto del chiquillo, San Agustín de tango, Umbral y dintel.

En el preámbulo al tomo I “Dos palabras a Guni (Pirque)” fechada el 2 de marzo de 1941, Emar expresa: “¿Cómo empezar a contarte todo? Tengo aquí una montaña de notas, observaciones, narraciones, qué sé yo. Cuando quiero echar mano a ellas se escabullen”.

Fantasmas de enunciación dilatados en un discurso enunciado-alzado contra el mundo real, como la experiencia mística de Lorenzo Angol y las opiáceas visiones de Rosendo Paine, en una tensión hacia un absoluto lucidamente acotado pero inasible en última esencia.

Ahora bien, centrémonos en la nominación escogida por Emar para los pilares 4 y 5. “Umbral”y “dintel”. Para los que no lo saben Umbral y dintel estructuralmente son antípodas. Umbral es la parte inferior de la puerta opuesta al dintel, que es la superior. Ejemplo de dinteles universalmente famosos los tenemos en las ultrapiedras gigantes de Stonehenge (Stone = piedra; Henge = monumento con borde circular), en el condado de Wiltshire, en el sur de Inglaterra, el monumento megalítico con cuyos dinteles los druidas vislumbraban la posición del sol en equinoccio y otras temporalidades. Más bien la posición de la tierra respecto al sol, pues, como dijo Leonardo, “Il sol non si muove”.

Más allá de este sentido que adquiere “Umbral” en relación a revés de “dintel” desde la arquitectónica de los portales, se configura la posibilidad de cierta dimensión bisémica; de un sentido otro de “Umbral” relacionado precisamente al estatuto de ilegibilidad, de indescifrabilidad, de incomprensibilidad; en definitiva en relación a lo ininteligible. Hablo de “Umbral” como la mínima cantidad de señal que ha de estar presente para ser registrada por un sistema. Por ejemplo, la mínima cantidad de luz que puede detectar el ojo humano en la oscuridad. En base a lo anterior “Umbral” sería tal vez más invisible que otra cosa. Lo “ilegible” parece no ser detectado. Así este “Umbral” constituye el objeto de estudio de la psicofísica; rama de la querida psicología que estudia la relación entre la magnitud de un estímulo físico (que perfectamente puede ser un texto), y la intensidad con que este es percibido por parte de un observador. La psicofísica mide Umbrales. Lo intenta al menos. Pesquisa el mínimo cambio necesario en la intensidad de una luz para que este cambio sea percibido por un espectador.

Pregunta:

¿por cuántos ojos ha sido vista – sentida

la cambio-revolución emariana?

Porque (sabemos) que la mariposa quiebra el viento y no todos la ven,

y siguiendo a Blake, ¿No comprenden que cada pájaro que hiende el camino del aire es un mundo inmenso de delicias cerrado para sus cinco sentidos?

He aquí algunos ejemplos empíricos de Umbrales:

  • La llama de una vela vista a 55 kms. en una noche sin luna, oscura y despejada.
  • El tic-tac de un reloj a seis metros en un ambiente sin otros ruidos.
  • Una cucharada de azucar en 7 litros de agua.
  • El ala de una abeja que cae sobre la mejilla desde una distancia de un centímetro.
  • La obra “Umbral” de Emar leída “equis veces” para que resulte legible-registrada por el sistema homínido sapiente.

Es en este punto, en torno al estatuto de ilegibilidad, donde me gustaría convocar a Derrida y su texto “Leer lo ilegible” cuyo sentido penúltimo podría ser resumido en base al siguiente axioma: “Lo ilegible es elegible por ilegibilidad”. No es seguro que puedan distinguirse u oponerse lo legible de lo ilegible. A menudo experimentamos el hecho de que lo dado en la lectura se nos da como ilegible (como en el caso de “En la masmédula” de Girondo, en el “Finnegans Wake” de Joyce, en “De umbral en umbral” de Celan, en los “Manifiestos Dadá” de Tzara, en “Artaud-el-mono”, en el “Trilce” de Vallejo o en los recónditos pitagorismos implícitos en el “Diez” del propio Emar, etc.). No obstante ello se piensa con regularidad que leer es descifrar atravesando las marcas o significantes en dirección hacia el sentido o significado. Pues bien, Derrida nos dice que en el trabajo deconstructivo ciertos textos en particular, sino quizá en el límite de todo texto, hay un momento en que leer consiste en experimentar que el sentido no es accesible, que no hay un sentido escondido-velado como Isis detrás de los signos, que el concepto tradicional de lectura no resiste ante la experiencia del texto; y que en consecuencia lo que se lee es una cierta ilegibilidad que aparece cual torbellino de palabras sopladas sobre el cisne troquelado del papel asignado a la blancura, como diría Juan Luis Martínez. Así la imposibilidad de leer no debe ser tomada a la ligera; cierta ilegibilidad no debe tomarse sin apretarse con fuerza, ya que tal ilegibilidad no es, ciertamente, un límite externo a lo legible, como si leyendo uno se topara con una pared, no: en la re-lectura es donde la ilegibilidad a/parece como legible-elegible.

La resistencia provocada por el texto al lector a causa de ciertos umbrales -quiebres paradójicos - de una escritura que muestra su propia desaparición desalumbrada, ilegible desde lo asignificante en fuga. El texto emariano no se deja atrapar fácilmente. “Umbral” alumbra como foco de resistencia hace ya varios giros de faro. Y la relación con ese “Umbral” de resistencia por parte del lector no puede ser más que una forma de resistir, de vencer la resistencia, una forma de entendérselas con la propia resistencia. Si elegimos lo ilegible para transformhacerlo[4] en legible, opera ahí cierta selección, queremos resistir las resistencias arduas que nos impone el texto. Lo ilegible es aire elegible que sostiene el vuelo. Elegible el trampolín. Si elegimos aquél trampolín ilegible, de nosotros depende que alcancemos legibles acrobacias o no, ya que en el trampolín “Umbral” los narradores duermen, se duchan, cantan, sueñan o deliran. Eso es lo que hay. Se toma, se aprieta o se deja. Dejarlo es un lujo caro; tomarlo es, sobre todo para ciertos alguienes, un mortificante sin sentido obviamente ni claro ni distinto tampoco. Pero, tambien, una oportunidad de revelarse, por medio de una diferencia bellamente instaurada, contra todo.

Hablo de la posibilidad de entender la realidad más allá del mezquino proyecto previo, rayando a compás un círculo de omnicomprensión transhermenéutico, o mejor dicho, metahermenéutico, que reinventa lo real, insertando nuevos ordenes creacionales en lo real, pero no siendo lo real en sí mismo. LO REAL ES LA LUCHA CON LA SOMBRA[5], y, es en aquel combate en el que Juan Emar toma lugar, explosionando como mandrágora, dinamitando vectores imaginarios, en, como digiera Don Pedro Lastra aquí presente, una “actividad instauradora”, en una suerte de inconsistencia realista que intentó y de seguro lo ha logrado, siguiendo a Pound, empañar el futuro con un testamento. Transitoriedad, indisposición, precariedad. Un Umbral nunca es, nunca es-tá. Es paso. Es puente-pinta fuerzas. Paso a lo que viene por llegar. Portal que deja otrora tras de sí y recibiendo, desaparece como tal. El que ve Umbrales como Juan Emar, en la percepción inefable de la unidad del ser, en esa situación dichosa de los genios, de los místicos, de los locos, se desprende de toda sujeción normativa que por su estrechez no lleva a otra cosa que a pobres estilos de escritorio.

Para finalizar esta introducción, y dar paso a los ponentes participantes, cito a Michael Foucault y un texto presente en su libro La arqueología del saber, para que sirva de base en la apertura del fuego de esta mesa:

“¡Cómo! ¿Se imaginan ustedes que me tomaría tanto trabajo y tanto placer al escribir, y creen que me obstinaría, si no preparara – con mano un tanto febril – el laberinto por e que aventurarme, con mi propósito por delante, abriéndole subterráneos, sepultándolo lejos de sí mismo, buscándole desplomes que resuman y deformen su recorrido, laberinto donde perderme y aparecer finalmente a unos ojos que jamás volveré a encontrar? Más de uno, como yo sin duda, escriben para perder el rostro. No me pregunten quién soy, ni me pidan que permanezca invariable: es una moral de estado civil la que rige nuestra documentación. Que nos deje en paz cuando se trata de escribir.

Se abre la discusión. Gracias.


[1] Texto leído con motivo de semana homenaje a Juan Emar realizada entre los días 26 de abril y 3 de mayo del año 2006 donde participaron Pedro Lastra, Tomás Harris, Diamela Eltit, Roberto Brodsky, entre otros. Introducción a la mesa “Umbral: una obra ilegible?”.

[2] Poeta, Terapéuta.

[3] “El acontecimiento llega con pies de paloma” Nietzsche.

[4] Neologismo del autor.

[5] “La lucha con la sombra es la única lucha real” Gilles Deleuze en Lógica de la sensación (Sobre al obra del pintor irlandés Francis Bacon).